El pobre cazo estaba triste, poco a poco habían desaparecido todos sus conocidos, primero los tenedores, después las cucharas, las cucharillas, los cuchillos, hasta su mejor amiga la sopera ya no estaba. Pero vino su salvadora y lo rescató del olvido, le dió dos buenos amigos y lo puso en el mejor sitio de la cocina. Ahora brilla con luz propia.